Por Chano Castaño
En la antigüedad todo parecía un enigma. En la ilustración todo pareció un signo. En la sociedad del conocimiento todo parece un dato.
Se mezclan las interpretaciones, los hallazgos, las miradas, los puntos de vista, las lecturas. La fragmentación (agrietada en muchos, por bloques en otros) está en el individuo contemporáneo gracias a esta versátil oferta que le hacen los medios, la educación, la cotidianidad, la red. Una serie de nuevos lectores es victimizada por la academia. La incomprensión de sus capacidades está delineada por el poquísimo esfuerzo que hacen los críticos y pensadores de la lectura por dar otra mirada a los nacidos en medio de bits, pantallas e hipertextos. Se zafan del problema (o creen ingenuamente incluirlos) acusándolos de ser los portadores del virus que destruirá a lectura como la conoció el siglo XX: impresa y en tendencias.
Un ejemplo de esto es el escrito de Pedro Torremocha, investigador de la Universidad de Castilla-La Mancha que escribe esto en su ensayo Lectura y Sociedad del Conocimiento. "...hablaríamos de un nuevo analfabetismo, aparentemente menos peligroso que el analfabetismo funcional; podríamos llamarlos neoalfabetismo, extendido por todo el mundo desarrollado y protagonizado por esos nuevos lectores, fascinados por los nuevos soportes de lectura, que no son lectores literarios ni tampoco, en muchos casos, lectores competentes." No sé de dónde surge tanto miedo. No sé de dónde viene un temor apocalíptico que sataniza las nuevas generaciones que han estado inmersas en la era de los sistemas y del Internet. La lectura es una actividad que cambia continuamente, nunca ha sido igual, y que los nuevos medios estén cambiando las formas en que los lectores reciben los textos es una evolución imparable del libro como objeto. No me parece que el Internet genere menos lectores. Tal vez haga escritores que leen menos, pero menos lectores no. Se lee continuamente, a veces simplemente se procesa información rápida, en otras ocasiones hay que leer y re-leer para comprender y pensar lo que se lee con mucha cautela, y en muchas otras hay que sentir, con el corazón y el cuerpo y la mente, sentir la potencia de la imaginación, su capacidad para engendrar los más diversos personajes y narraciones. Esto también le pasa a los jóvenes de ahora, esos que Torremocha califica como "neoanalfabetas", ellos también son sensibles y las palabras ante sus ojos aclaran dudas y preguntas fundamentales, como lo han hecho siempre desde que fueron inventadas y creadas por el ser humano.
La sociedad necesita de la lectura pero los lectores no se pueden hacer como un producto industrial, es decir, lectores que están llenos de datos sueltos y con poca profundidad, con poca curiosidad por los enigmas que les presentan los libros; lectores que tienen fecha de vencimiento y de nacimiento, lectores que entran a sintonizarse con una frase solo porque los obligan. La lectura hace muchos años intenta salir de la escuela y mostrarse de otra forma. Los nuevos medios son esa oportunidad, la de encontrar una facilidad de acceso a nuevos públicos, la de generar más trabajo para el escritor y más exigencia en sus libros, la de crear una verdadera sociedad del conocimiento que esté conectada y pueda compartir, aprender del otro y encontrar respuestas al compartir la experiencia de lectura.
Estanislao Zuleta escribe en su ensayo sobre el lector que buscaba forjar Nietzsche: "Aquel que es capaz de permitir que el texto lo afecte en su ser mismo, hable de aquello que pugna por hacerse reconocer aún a riesgo de transformarle, que teme morir y nacer en su lectura; pero que se deja encantar por el gusto de esa aventura y de ese peligro". El lector que forja el gran pensador alemán para sus textos es el mismo que el filósofo paisa propone: salido de todo orden, destructor de gramáticas, atado a la imaginación y a la sabiduría que contienen los libros más que a su poder de entretención o de información; un lector que no se preocupe si un libro lo mata y lo vuelve otro, un alma en pena o un meditabundo. No tiene otra verdad más cierta el punk que la que señala a los libros como opresores de concienciay a la escuela como palacio de tales aberraciones. Verdad como ninguna otra esta. La lectura es un acto en verdad liberador y debe enseñarse con libertad, no con ataduras de corrección o fomentos de un orden establecido que en el fondo es vacío. La sociedad moderna emprendió desde hace años una valorización de la lectura a través de todo tipo de campañas: todas las formas de lucha por el libro, todas las maneras de volver lectores tradicionales de libros impresos a esos lectores extraños que se enfrentan a las pantallas y abrevian toda la lengua con el teclado. Una sociedad particular se busca en este proceso, una sociedad de lectores que, más que antes, no temen decir que no se reconocen en nada. Ni en lo que les han puesto a leer ni en lo que ellos mismos leen. Su infierno tal vez sea la búsqueda constante, la insaciable sed de explicaciones que puede entregar la red, los blogs, las webs, los buscadores, los foros, las entradas, los wikis. Pero en esa búsqueda, confío que sea así, podremos encontrar otra versión del cómo leemos y el cómo escribimos que nos dará para seguir dando cuerda entre palabras y metáforas por muchos siglos.