miércoles, 30 de mayo de 2012

El lector como dinamizador de conciencia social (II)




Por Chano Castaño

   En la antigüedad todo parecía un enigma. En la ilustración todo pareció un signo. En la sociedad del conocimiento todo parece un dato.
   Se mezclan las interpretaciones, los hallazgos, las miradas, los puntos de vista, las lecturas. La fragmentación (agrietada en muchos, por bloques en otros) está en el individuo contemporáneo gracias a esta versátil oferta que le hacen los medios, la educación, la cotidianidad, la red. Una serie de nuevos lectores es victimizada por la academia. La incomprensión de sus capacidades está delineada por el poquísimo esfuerzo que hacen los críticos y pensadores de la lectura por dar otra mirada a los nacidos en medio de bits, pantallas e hipertextos. Se zafan del problema (o creen ingenuamente incluirlos) acusándolos de ser los portadores del virus que destruirá a lectura como la conoció el siglo XX: impresa y en tendencias.
   Un ejemplo de esto es el escrito de Pedro Torremocha, investigador de la Universidad de Castilla-La Mancha que escribe esto en su ensayo Lectura y Sociedad del Conocimiento. "...hablaríamos de un nuevo analfabetismo, aparentemente menos peligroso que el analfabetismo funcional; podríamos llamarlos neoalfabetismo, extendido por todo el mundo desarrollado y protagonizado por esos nuevos lectores, fascinados por los nuevos soportes de lectura, que no son lectores literarios ni tampoco, en muchos casos, lectores competentes." No sé de dónde surge tanto miedo. No sé de dónde viene un temor apocalíptico que sataniza las nuevas generaciones que han estado inmersas en la era de los sistemas y del Internet. La lectura es una actividad que cambia continuamente, nunca ha sido igual, y que los nuevos medios estén cambiando las formas en que los lectores reciben los textos es una evolución imparable del libro como objeto. No me parece que el Internet genere menos lectores. Tal vez haga escritores que leen menos, pero menos lectores no. Se lee continuamente, a veces simplemente se procesa información rápida, en otras ocasiones hay que leer y re-leer para comprender  y pensar lo que se lee con mucha cautela, y en muchas otras hay que sentir, con el corazón y el cuerpo y la mente, sentir la potencia de la imaginación, su capacidad para engendrar los más diversos personajes y narraciones. Esto también le pasa a los jóvenes de ahora, esos que Torremocha califica como "neoanalfabetas", ellos también son sensibles y las palabras ante sus ojos aclaran dudas y preguntas fundamentales, como lo han hecho siempre desde que fueron inventadas y creadas por el ser humano.
   La sociedad necesita de la lectura pero los lectores no se pueden hacer como un producto industrial, es decir, lectores que están llenos de datos sueltos y con poca profundidad, con poca curiosidad por los enigmas que les presentan los libros; lectores que tienen fecha de vencimiento y de nacimiento, lectores que entran a sintonizarse con una frase solo porque los obligan. La lectura hace muchos años intenta salir de la escuela y mostrarse de otra forma. Los nuevos medios son esa oportunidad, la de encontrar una facilidad de acceso a nuevos públicos, la de generar más trabajo para el escritor y más exigencia en sus libros, la de crear una verdadera sociedad del conocimiento que esté conectada y pueda compartir, aprender del otro y encontrar respuestas al compartir la experiencia de lectura.
   Estanislao Zuleta escribe en su ensayo sobre el lector que buscaba forjar Nietzsche: "Aquel que es capaz de permitir que el texto lo afecte en su ser mismo, hable de aquello que pugna por hacerse reconocer aún a riesgo de transformarle, que teme morir y nacer en su lectura; pero que se deja encantar por el gusto de esa aventura y de ese peligro". El lector que forja el gran pensador alemán para sus textos es el mismo que el filósofo paisa propone: salido de todo orden, destructor de gramáticas, atado a la imaginación y a la sabiduría que contienen los libros más que a su poder de entretención o de información; un lector que no se preocupe si un libro lo mata y lo vuelve otro, un alma en pena o un meditabundo. No tiene otra verdad más cierta el punk que la que señala a los libros como opresores de concienciay a la escuela como palacio de tales aberraciones. Verdad como ninguna otra esta. La lectura es un acto en verdad liberador y debe enseñarse con libertad, no con ataduras de corrección o fomentos de un orden establecido que en el fondo es vacío. La sociedad moderna emprendió desde hace años una valorización de la lectura a través de todo tipo de campañas: todas las formas de lucha por el libro, todas las maneras de volver lectores tradicionales de libros impresos a esos lectores extraños que se enfrentan a las pantallas y abrevian toda la lengua con el teclado. Una sociedad particular se busca en este proceso, una sociedad de lectores que, más que antes, no temen decir que no se reconocen en nada. Ni en lo que les han puesto a leer ni en lo que ellos mismos leen. Su infierno tal vez sea la búsqueda constante, la insaciable sed de explicaciones que puede entregar la red, los blogs, las webs, los buscadores, los foros, las entradas, los wikis. Pero en esa búsqueda, confío que sea así, podremos encontrar otra versión del cómo leemos y el cómo escribimos que nos dará para seguir dando cuerda entre palabras y metáforas por muchos siglos.

domingo, 27 de mayo de 2012

El lector como dinamizador de conciencia social (I)




Por Chano Castaño   

   En la escuela nos enseñan a leer con Rafael Pombo y desde el instante en que atamos varias palabras y hacemos una imagen, nos consideramos fuera del analfabetismo, integrados a la civilización de las letras que ha construido ciencia, filosofía, arte y mentiras políticas. Nos graduamos como lectores. Es decir: agentes del orden establecido que mediante la obtención de información regularizada por los organizadores y activadores de conciencia social, garantizan la perpetuación de las reglas y condiciones que sostienen ese orden. Siempre estamos afirmando que le lectura es libertad, sanación, conocimiento y debate de ideas; pero también es un hecho político y social que la gente lea, pues cuando adquirimos los saberes necesarios de la lectura no solo nos educamos, sino que nuestra mente se abre a un mundo entero de influencias: la literatura, la poesía, el periodismo, la ciencia, el arte; el amarillismo, la retórica incendiaria, el discurso del No. Rodeados de palabras entramos al mundo de la lectura y comprendemos que ese mundo se escribe y se habla todos los días. Un mundo dirigido por líderes que necesitan que sepamos leer muchas veces, así como prefieren que la ignorancia ataque y llene de sombras lo indeseable. 
   El ser social en la lectura está lleno de capacidades y minado por las trampas. El mundo de las ideas está idealizado por los consumidores de información. Hay muchas palabras que buscan el mal, otras que irrespetan sin tregua, están las escritas para indignar e imponer, las que sobre el papel sagrado de las leyes representan los intereses de una minoría que piensa, paga los redactores y disfrutas de las máximas consignadas por esos amanuenses. Colombia es un país donde los lectores no son muchos (y donde los amanuenses a sueldo sobran). Nadie dice que no se lea. Simplemente es un tema que preocupa a ciertos mortales como a otros les tiene sin cuidado. 
   Que alguien sepa leer no quiere decir que Borges tenga que estar bajo su almohada y que Shakespeare y sus obras vivan en los entrepaños de su biblioteca, ni que esa persona convierta en máximas de su vida los versos de un poeta francés o la novela de ese autor americano. Leer, más allá del entretenimiento, la información y la lengua, es un acto que nos invita a ser explosivos con la imaginación y muy curiosos, todo en medio del silencio reflexivo de la lectura solitaria y meditada. El problema aquí, como siempre, es que estando en una sociedad de la información, el acto de la lectura se convierte en una acción polifacética que ofrece todo una oferta de discursos y acciones al individuo. La recepción de esos discursos genera en el lector un compromiso: o se está de acuerdo o no se está de acuerdo, en el caso de la política. En la ficción el pacto es con la imaginación más que con la razón: la novela produce ensueños y emociones que permiten descubrir nuevas realidades y adentrarnos en un proceso de conciencia ajena que enriquece. Leer e imaginar liberan, son experiencias similares a un viaje o una evolución en la conciencia. Finalmente, el lector no es más que una estación donde reposan, transitan y se quedan a vivir ciertos personajes, ideas y recuerdos. Personajes que se van en los trenes de nuestra memoria a buscar futuro y regresan derrotados o victoriosos a esa misma estación que los vio partir. 
   
   


miércoles, 23 de mayo de 2012

¿No importa el nombre?



Por Chano Castaño 

   
   Nacemos para ser nombrados. Confabulan en el primer instante de nuestra vida dos y más palabras para legarnos una herencia simbólica que la mayoría de las veces corresponde a un retazo de memoria. Un retazo mal habido, construido por lo que espoliamos y no decimos, zurcido con pelambres delicados que pueden perderse fácil. Un nombre es como nos llamen en un lugar. Apodo. Mote. Remoquete. Alias. Apelativo. Cualquiera es un nombre. 
Uno puede no tener cédula en esta Tierra. Poseerla es un pacto con el sistema que nos organiza en sus cifras y nos mueve de un lado a otro como seres digitales. Es más aterrador saber que alguien no tiene nombre. Casi siempre ese comentario sonaría como un chiste pero no lo es. Nunca hemos conocido alguien que no tenga un nombre. No existe. 
Ese es un pacto diferente, uno con la lengua que está inmersa en nuestra vida a través de palabras de las cuales la vida no puede escapar, como un nombre (o un insulto). En la memoria de los pueblos, en los nombres que poseen las mujeres, los niños y los ancianos está un legado de representaciones que los explica y los cuenta. Esos relatos ocultos tras muchos nombres, apellidos y apodos también desaparecen en las tinieblas que ocultan lo superficial. En un país como Colombia donde la memoria es irascible y recuerda solo el rencor y la agonía, dejando muchas veces al lado la poético y fascinante de los pueblos, es bueno que se volcara esa mirada sobre aquellos aspectos, los que demuestran porque las familias, las minorías y otros grupos se nombran como se llaman y se dicen como se sienten. 
Poseer un nombre es tener una raíz que nos ata a un lugar más lejano que el propio. Somos una civilización que se reconoce en la palabra, que entrega poder en la palabra y se representa y explica constantemente en ella. Llámese como se llame, querido lector, sepa que su nombre es propiedad del tiempo pasado que se abisma a su espalda. Su nombre no es suyo ni del que lo tenga en cualquier momento. Su nombre es lo que precisamente usted desconoce de cómo se llama. 
Latina, germánica, oriental, hindú. Todo nombre es una historia y todas las civilizaciones lo saben. No sabemos si lo primero que nombramos fuimos nosotros mismos. Tal vez ya no valga la pena saber si fue así. Nuestras fuerzas hace mucho tiempo se desgastan en perseguir la historia de nombres, la fama de nombres, la locura de nombres, la sabiduría de nombres. Nombres de hombres. Nombres de fundadores, de pioneras, de artistas, de presidentes, de cantantes, de escritoras, de vecinos. Nadie sabe para quién trabaja con ese nombre. Sobretodo si todo el mundo lo tiene. Andrés trae tres. Pero el cuarto es el más misterioso: el que no se llama Andrés. Se llama…

martes, 22 de mayo de 2012

Voz y sombra





Por Chano Castaño 
   Una voz adentro de mi mente—por ahora la llamo voz, una palabra que tiene muchos sentidos, pero que en este caso usaré para referirme a las palabras de un extraño dentro de mí. 
   Esa voz juzga, lee, se sulfura, ama y odia, pide acciones, piensa inquietudes y necesita de la energía que extrañas fuerzas le puedan dar para convertirse en otra voz que sigue siendo la misma, tal vez con el asentamiento que le deja el tiempo que la ve sonar y callar. 
   A esa voz, a la primera que habla, nunca le creo. En muchas ocasiones la mezquindad la reina, en otras parece ingenuidad, pasividad o ignorancia. No sé si sea mi caso particular, pero creo que la primera voz que siempre escucho es la más falta de curiosidad y contundencia. 
   Luego vienen otras voces, una segunda que puede entregarnos lo que vamos a decir hablando, y hasta una tercera que puede ser la que buscábamos, pero que llega demasiado tarde. Todas esas manifestaciones de la mente, las voces en que nos personalizamos, son un libro desordenado que no espera escribirse, sino que para siempre estar escrito debe todos los días hallarse en quien lo vive y buscar respuestas a lo que viene. Como en toda novela larga, los datos de la memoria surcan dando pesos y levedad al relato cotidiano que tenemos enfrente. Capítulos de costumbres, de fracasos, de reflexiones únicas, de momentos inefables. Capítulos que no sirven para nada. Capítulos que olvidamos, que enterramos sin querer. Ese libro que somos y que sentimos en los momentos más profundos a los que llegamos en este paso en la Tierra, se construye de voces que nos llegan por palabras, así como también explotan al escuchar una música, al ver una imagen, al sentir un lugar, al perderse en él. 
Somos un diseño biológico perfecto, pero el programa que tiene nuestro cerebro, la idea de conciencia, como todo programa y creación del hombre, tiene sus errores. La autoconciencia es quien mueve el motor siempre, el yo, un motor que impulsa el programa, una base de datos que recarga emociones, memorias, fugas, expanciones, pero que tiene lados oscuros, instancias a las que no tenemos acceso.  El inconciente no es como tal un fantasma, sino el recipiente donde se cocinan los mismos. Sin saberlo, muchas de nuestras angustias se vuelven relatos insospechados en la mente, sobretodo tal vez en ese lugar que no vemos, en esas calles de nosotros mismos que no conocemos. 
Ahí se dan otros relatos que funcionan con otra lógica, con otros lenguajes, con otras distorsiones. Las voces con que formamos nuestra conciencia, ese murmullo voraz y musical, trata de no vivir acechado por esa sombra, pero no se da cuenta que tal vez allí tiene sus raíces más reveladoras.