jueves, 22 de marzo de 2012

El cerebro: una máquina de ficción, es decir, de realidad




Por Chano Castaño

   Me encuentro leyendo apasionadamente el libro del intelectual mexicano, Jorge Volpi, titulado Leer la mente: el cerebro y el arte de la ficción. 
   Como todos los suyos, es un texto reforzado con datos académicos, reflexiones de lenguaje cristalino y frescos momentos de humor y romanticismo. Me encanta que Volpi deje piropos sueltos a su amante entre las grandes ideas que escribe. En eso se nota que es un anacrónico de los buenos.
   Pero no, no lo calificaré de anacoreta. Su sapiencia casi científica, el verbo fácil con que alcanza grandes ideas, la elocuencia de maestro y la sencillez de su argumentación no dan para tal calificativo. Sobretodo porque este es un libro que habla de todos. Sí, de todos los seres humanos, niños, jóvenes, adultos, viejos. Y es así porque la mente está en todos. Eso que Volpi llama en su libro "el software paralelo", y que acaba por completo con la clásica concepción platónica y cristiana de dividir el cuerpo entre algo material y algo inmterial. La mente que propone Volpi es otra, más compleja, enrriquecida con la información de toda la civilización, poetizada por los sueños, mitos y leyendas de todas las culturas, y claro, especializada por la ciencia, donde se mezcla la magia, la técnica, la razón y el lenguaje que descubre realidades. 
   Volpi dice que "la ficción se inaugura no cuando el primer humano miente, sino cuando los demás reconocen su mentira y prefieren ignorarla." Es decir, descubrimos el arte no basados en la falsedad sino en lo patético, un efecto que todavía a muchos les cuenta entender. Nuestra mente es como una gran ciudad sin límites, donde existe una casa presidencial llamada Yo, y que a diestra y siniestra, con represión, engaños y trampas, busca contener la caótica ciudad que por obligación fue entregada a su responsabilidad. Volpi nos demuestra, con citas de psicólogos y nurocientíficos, así como de bardos y literatos, que el Yo es como una aplicación que está incrustada en las redes neuronales, y que con los días y la fuerza de la conciencia, se refuerza en sus creencias, obsesiones y hayazgos. Ese Yo es, como lo dije antes, un palacio desde el que, falsamente, creemos reinar. La verdad es que allí mora nuestra primera personalidad, la que construímos con materia de sueños, fabulaciones e imaginaciones que vamos acumulando en nuestra vida. Es la principal porque es la que nos conoce, pero, ¿el resto de ciudadanos que habitan la ciudad que es nuestra mente?
   Como el Dios de Borges, el dios que creó la mente se preocupó más por hacerla una máquina de fabricación ficticia. Las neuronas espejo, diseñadas para imitar, permiten al hombre copiar cualquier tipo de acción que realice otra persona, y en ese arte de la imitación y la cooperación, nuestra civilización ha tenido evoluciones impresionantes. Somos hijos de la fabulación y de la copia. Nuestro cerebro, aferrado a las emociones del corazón y a los designios de la sangre caliente, supo rápidamente que para avanzar hacia el infinito, había que recrear la realidad en la mente, hacerla literatura, así por el momento no existiera la escritura. El mismo Volpi lo dice: "la ficción literaria debe ser considerada una
adaptación evolutiva que, animada por un juego cooperativo, nos permite evaluar nuestra conducta en situaciones futuras, conservar la memoria individual y colectiva, comprender y ordenar los hechos a través de secuencias narrativas y, en última instancia, introducirnos en las vidas de los otros, anticipar sus reacciones y descifrar su voluntad y sus deseos." 
   Perogrullo diría que cualquier se introduce en la vida de los otros, sino miren los programas de chismes o las biografías de aficionados. Es verdad, pero un cualquiera no es la mente humana, la cual parece programada para que ese Yo, esa inmensa casa presidencial, se transforme camaleónicamente en lo que quiera: un brujo, un asesino, un escritor, un viajero. Por eso la reflexión y el pensamiento y el arte están llenos de literatura, o tal vez son pura literatura en un principio, pues provienen de la máquina de ficciones más perfecta del universo, la misma que imita, transcribe, recrea nuestra realidad constantemente y prefiere, sin lugar a dudas, no ser vista como una biblioteca de datos acumulados, sino como un vasto espectro lleno de información y experiencias, las cuales nos entregan el mundo que percibimos, pues todo lo que tenemos es eso, montañas y montañas de percepciones que, gracias a los mecanismos neuronales, se relacionan entre si para darnos la mejor idea, la imagen apropiada o la respuesta que esperamos ante determinada eventualidad. 
   En todo ese costal de contactos neuronales, está el Yo. Es una idea fundada en nuestra propia narración interna, es decir, nuestra historia propia. Para algunos ese Yo es tan macizo, tan cerrado, que hace imposible imaginar que apenas corresponde a una simultaneidad de conexiones que nos mantienen en estado de conciencia. No entraré a preguntar qué es la conciencia. Simplemente quisiera recalcar la idea de que somos, en realidad, un vestier de personajes atrapados en la mente, un sin fin de datos y experiencias que buscan orden. Nuestro Yo es apenas unos de esos complejos datos mentales. Si nos propusieramos desestructurarlo de manera sistemática, tal vez no lo lograríamos: su capacidad de mutación, de fuga y re-escritura, no permite que sea fácil acabarlo para siempre. Además, el Yo es un general de cinco soles: a la mente le tardó milenios evolucionar el pensamiento y sus procesos lógicos, avanzar en la jerarquía de sus propias capacidades, para construir la idea del Yo. Siempre fuimos seres de la masa, pero en estos tiempos en que la masificación es más evidente que nunca, también se percibe la lucha por la individualidad más feroz que haya vivido la cultura. Cuando las ideas empezaron a referirse a sí mismas, cuando la materia pensó a la materia y la inmateria a la inmateria, el cerebro detectó su punto de unión y diseñó el Yo, todo un prototipo de una novela de ficción. 
   Finalmente, Volpi acude a una conclusión muy potente y esclarecedora: "La ficción no puede ser vista, pues, como un mero accidente en la evolución humana, un lindo e inútil artificio o una chispeante fuente de entretenimiento. Por el contrario, la ficción surge a partir del mismo proceso que nos permite construir el mundo y, en especial, concebir las ideas que tenemos de los demás y de nosotros mismos. Invento mi Yo, así como los Yos de los demás, mediante un procedimiento análogo al que me permite concebir un narrador en primera persona o describir la conducta y los pensamientos de un personaje de novela en tercera persona. Mal que nos pese, todos somos ficciones. Ficciones verdaderas. Si no fuese así, tendríamos que conformarnos con encarnar las palabras del poeta: polvo y sombra."

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