domingo, 4 de marzo de 2012

Andrés Caicedo: el escritor con cara de estrella de pop

Por Chano Castaño



El chileno Alberto Fuguet  es uno de los lectores voraces que tiene Andrés Caicedo en el mundo entero. Le ha dedicado muchas palabras al escritor valluno, a su irreverencia y asalto del boom latinoamericano. Fuguet bautiza a Caicedo como "el escritor con cara de estrella de pop", no dejando atrás cierta ironía que, sin lugar a dudas, señala a Caicedo como una figura del Caliwood, de la literatura juvenil de los 60 y 70, pero no como un típico escritor con su biblioteca atrás, sino como un simple joven que se pone frente a la hoja en blanco como un cantante de punk frente a su público intoxicado. Andrés estaba dispuesto a  escupir y lavar el piso con sus tenis, a incendiar la literatura que le tocara, la colombiana, la gringa, la europea. No era un angelito empantanado. Se parecía mucho más al atravezado. 
   Hoy 4 de marzo, Andrés Caicedo cumpliría 61 años si estuviera vivo. No me atrevo a decir una hipótesis de su estado actual, porque las figuras del Cali de los 60 y 70 o están muertas o viven de la supervivencia cultural, ese viacrucis nacional que todo artista padece en su carrera. Mayolo, muerto. Luis Ospina vive en Chapinero y hace de las suyas habitando la ciudad como un chamán del cine. ¿Qué podría decir de Andres Caicedo? Que publica con editoriales independientes y es un promotor acérrimo del libro reciclado. No lo sé, porque algo que tienen en común todas las figuras de ese movimiento creativo de Cali es que son personajes literarios, desconcertantes, que no siguieron el flujo del éxito que les programaron, buscaron las puertas más desperadas y los retos más exuberantes, entregaron su conciencia a los vaivenes de la época y se contagiaron de muchas ideas que crearon y recraron. Si hubiera otra novela de Caicedo completa, de seguro estaría infestada de esos personajes. 
   Caicedo viajó a Estados Unidos en busca de Roger Corman, el director rey del bajo presupuesto. Tal vez no alcanzó a mostrarle sus libretos o quien debía hacer el contacto entre el escritor caleño y el realizador de Detroit, jamás apareció. En todo caso es un hecho que muestra la locura de un joven por alcanzar los limbos de la ficción, sus grandes ligas. No lograrlo es algo que se sabía tal vez de antemano. Un caleño perdido en los Ángeles con un guión afanadamente traducido al inglés, parece más un oportunista o rebuscador que un artista serio. 
  Fue un escritor apasionado y, como el mismo se define, un "cinesífilis". Estaba enfermo del mal de Montano y del mal del cinépata, dos virus que atacan a quien no distingue la realidad de sus ficciones, y se ve perdido buscando realidades en un mundo de historias, personajes y espacios que en la realidad física tal vez no existan. Por eso a mi manera de verlo, muere joven. No es culpa de un axioma que salió de su boca, eso de morir antes de los 25 o después, no lo recuerdo, siempre me ha parecido una trabucada, un mensaje de macoñeros alrededor de una mesa con cerveza y dos cuadernos de apuntes. La verdad es que murió como un personaje, vivió su vida como una novela, al filo del vértigo, de la página en blanco y las cámaras de cine perdidas entre ese Cali peligroso, sexual y bailador de tales años. No se suicida por desesperación, creo yo, sino porque ya lo hizo todo, escribir una novela, hacer una película, reflexionar lo que le importa y hacer el amor hasta el cansancio. No quería más, para su personaje esa era la historia que importaba. Cerrarla con broche de oro, suicidándose, fue una carta riesgosa: el olvido no se la cobró por amor al arte. 
   A mí me dictó literatura en el colegio Andrés Hurtado García, el ecólogo que tiene las mejors fotos de Colombia. Este hermano marista, de verbo fácil y aguerrido, me llevó a la literatura de Caicedo leyendo en voz alta El Atravezado durante el primer trimestre del año 2003. Fue una de mis impresiones literarias juveniles más poderosas. Hurtado leía el libro de Caicedo, acababa un capítulo y contaba una historia sobre  su vida personal con el escritor. No recuerdo el nombre del colegio donde se conocieron como profesor y alumno, pero Hurtado García cuenta que Andrés Caicedo era un tipo particular, de esos que se nota que no van a dirigir una empresa o a llegar a ser presidentes, sino que van a dedicar su vida entera a empresas suicidas como escribir novelas en Colombia, hacer cine en Cali y buscar a Roger Corman en Nueva York. 
Siempreviva Andrés Caicedo y su atrevimiento de palabra. Nosotros y otros lo leerán para saber qué pasó atrás, donde todo era blanco y negro. Fue un escritor que se desligó del boom latinoamericano dejando la épica tropical y rebuscada de muchos de sus contemporáneos. Un joven que se vio tantas veces morir en sus libros y películas, que prefirió disipar el sueño y entrar en esa dimensión. Ese extraño lugar donde nos espera fumando y escuchando los Rolling Stones.


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