domingo, 27 de mayo de 2012

El lector como dinamizador de conciencia social (I)




Por Chano Castaño   

   En la escuela nos enseñan a leer con Rafael Pombo y desde el instante en que atamos varias palabras y hacemos una imagen, nos consideramos fuera del analfabetismo, integrados a la civilización de las letras que ha construido ciencia, filosofía, arte y mentiras políticas. Nos graduamos como lectores. Es decir: agentes del orden establecido que mediante la obtención de información regularizada por los organizadores y activadores de conciencia social, garantizan la perpetuación de las reglas y condiciones que sostienen ese orden. Siempre estamos afirmando que le lectura es libertad, sanación, conocimiento y debate de ideas; pero también es un hecho político y social que la gente lea, pues cuando adquirimos los saberes necesarios de la lectura no solo nos educamos, sino que nuestra mente se abre a un mundo entero de influencias: la literatura, la poesía, el periodismo, la ciencia, el arte; el amarillismo, la retórica incendiaria, el discurso del No. Rodeados de palabras entramos al mundo de la lectura y comprendemos que ese mundo se escribe y se habla todos los días. Un mundo dirigido por líderes que necesitan que sepamos leer muchas veces, así como prefieren que la ignorancia ataque y llene de sombras lo indeseable. 
   El ser social en la lectura está lleno de capacidades y minado por las trampas. El mundo de las ideas está idealizado por los consumidores de información. Hay muchas palabras que buscan el mal, otras que irrespetan sin tregua, están las escritas para indignar e imponer, las que sobre el papel sagrado de las leyes representan los intereses de una minoría que piensa, paga los redactores y disfrutas de las máximas consignadas por esos amanuenses. Colombia es un país donde los lectores no son muchos (y donde los amanuenses a sueldo sobran). Nadie dice que no se lea. Simplemente es un tema que preocupa a ciertos mortales como a otros les tiene sin cuidado. 
   Que alguien sepa leer no quiere decir que Borges tenga que estar bajo su almohada y que Shakespeare y sus obras vivan en los entrepaños de su biblioteca, ni que esa persona convierta en máximas de su vida los versos de un poeta francés o la novela de ese autor americano. Leer, más allá del entretenimiento, la información y la lengua, es un acto que nos invita a ser explosivos con la imaginación y muy curiosos, todo en medio del silencio reflexivo de la lectura solitaria y meditada. El problema aquí, como siempre, es que estando en una sociedad de la información, el acto de la lectura se convierte en una acción polifacética que ofrece todo una oferta de discursos y acciones al individuo. La recepción de esos discursos genera en el lector un compromiso: o se está de acuerdo o no se está de acuerdo, en el caso de la política. En la ficción el pacto es con la imaginación más que con la razón: la novela produce ensueños y emociones que permiten descubrir nuevas realidades y adentrarnos en un proceso de conciencia ajena que enriquece. Leer e imaginar liberan, son experiencias similares a un viaje o una evolución en la conciencia. Finalmente, el lector no es más que una estación donde reposan, transitan y se quedan a vivir ciertos personajes, ideas y recuerdos. Personajes que se van en los trenes de nuestra memoria a buscar futuro y regresan derrotados o victoriosos a esa misma estación que los vio partir. 
   
   


3 comentarios:

  1. Excelente entrada. Personalmente leo porque al igual que el sultán de las Mil y una noches me gusta alimentarme de historias, de otros mundos maravillosos, fantásticos y crueles. Espero con ansiedad la segunda parte y te felicito por el texto.

    ResponderEliminar
  2. Para no ser solo monos bien vestidos construimos nuestra humanidad con palabras, mejor si las escribimos para que otros distantes, en el tiempo y el espacio, las lean. Si hay textos que valen la pena leer, en esta época de pobrezas, sin duda son aquellos como estos. Muy buena entrada.

    ResponderEliminar