domingo, 5 de febrero de 2012

La crisis de los 25

Por Chano Castaño


   España tiene más de cinco millones de desempleados. Colombia tiene casi tres millones, y en el resto del mundo muchas naciones, todas ellas pobres o golpeadas por la desgracia de la violencia, ven pasar en sus calles la gente desocupada y con hambre. 
   La juventud en especial tiene problemas para crecer.
A todos los hijos de la clase media nos vendieron el cuento de que se estudiaba una carrera profesional, se entraba a trabajar a una empresa y listo, tenías tu futuro asegurado, igual que los primos aquellos que consiguieron casa, carro y familia del mismo modo. Algo particular y extraño sucedió de los noventa a nuestros días. Las crísis financieras se tomaron el mundo. Ni Estados Unidos es lo que era ni Europa tiene el nivel de vida que antes. Es verdad que el primer mundo es el primer mundo, pero en el globo entero los jóvenes sufrimos los coletazos que dan las desiciones de los banqueros, empresarios y políticos. Nuestras posibilidades de pensión casi son nulas. Los que no tienen trabajo, casa día ven pasar la vida yéndose con la esperanza, buscando aquí, jalando amigos allá, buscando entrada a tal empresa o a tal negocio, intentando palear el sustento diario con lo que salga. Una minoría tiene la entrada al mundo laboral, pero muchos que han estudiado y se han preparado y que tienen el mismo o más talento que los otros, se quedan en la brecha sin oportunidades del país, donde emprender un proyecto independiente es difícil y conseguir un empleo tarea de titanes. 
   Una sociedad que promete un futuro próspero soportado por la capacitación humanística, científica y técnica que entregan los centros de conocimiento como las universidades, debe proponerse como reto fundamental hacer que esa dinámica de movilidad social funcione. Si la juventud encuentra futuro en su país, se queda, piensa en hacer algo con su tradición y su memoria. Por el contrario, cuando un país no trata bien a sus jóvenes, los utiliza para la guerra, los criminaliza cuando piensan y ataja su camino hacia un porvenir mejor, lo único que hace es obligarlos a irse, a buscar en otro lado lo que nunca pudieron tener en su propio país: tranquilidad. 
   Colombia no tiene futuro si la juventud no se encarga de construirlo. Todos los días una cultura se crea alrededor de una lengua, un pensamiento, una memoria, una historia. Nuestro caso es particular, pues nos enseñan que el pasado nuestro inicia cuando llegan la Pinta, la Niña y la Santa María, y no cuando los Muiscas acentaron su imperio en la sabana de Bogotá y en el altiplano cundiboyacense. Somos una juventus deformado por la causa de sus educadores y correctores, trastornada entre las ansias de consumo cultural y el crecimiento personal, llena de vacíos y minada por el afán, la melancolía y el olvido. No sabemos quiénes somos. No creemos en lo que nos dieron. No recordamos nada. Todo eso debe cambiar si queremos tener algo que nos pertenezca como nación y como cultura. Hay que construirlo en la cotidianidad, pero sobretodo en la verdad. Podemos hacer un paraíso para nosotros, pero debemos construirlo. La juventud no puede ser un espacio de desesperación y de configuración laberíntica, sino más bien un momento precioso de la existencia en el que se define el camino de la vida, y por eso debe ser aprovechado con su energía vital y su indulgencia apreciativa.
  

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