sábado, 8 de septiembre de 2012

O sonho brasileiro (R.R.IV)

Por Chano Castaño


   No mar estava escrita uma cidade. 

C.D. de Andrade



   La Policía Federal de Rio de Janeiro es un cuerpo de Terminators. Chaleco anti balas que puede con todas las balas; cintas cruzadas por el torso y las piernas donde se arruman fierros, municiones y bombas de gas; punteras de acero, mirada polvorera, silencio pétreo y actitud abusiva. Y evasiva, como no. Alguien que mata y come del morto sabe escapar. Eso si, tiene que callar. Así de simple. Lo demuestran los papeles confusos que Joe Ballack tiene que firmar en el escritorio del capitán Lotencio. Lochinciu. ¿Cómo?, pregunta el gringo perdido como una tortola abaleada. Lochinciu. Da lo mismo. El cronista firma y sale. Ônibus hasta Copacabana y silencio otra vez en su cama.
   Una mañana Ballack escribe acomodado en la zona de fumadores de la República de Ripamar. Anota nombres, boceta imágenes--todas oscuras, llenas de horror, de lamento--, y ve al colombiano magro llegar a la mesa, prender un cigarro y esquivar la mirada. Sigue escribiendo con soltura pero en el ambiente algo pasa de claro a oscuro mientras de la boca del flaco solo sale humo. Entonces Ballack no aguanta, siente en sus adentros como va fluyendo el journalista precoz que hacia entrevistas sudando frío, que preguntaba genialidades en su cabeza pero cuando las decía en verdad eran sandeces. ¿Por qué tienes mi nombre anotado en tu agenda?, le dice al colombiano de cara impávida. El tipo mira la cabeza encenizada del cigarro y luego, como si estuviera recargando sus ojos de fuego, enfrenta a Ballack con sus dos pupilas castañas y marrones, y le dice: porque usted es mi ídolo. Llevo en Rio de Janeiro el tiempo necesario para saber que era aquí donde lo encontraría, y en verdad, no he hablado porque aún no es el momento. 

   -¿El momento de qué, si puedo saber?--pregunta Joe Ballack aun más intrigado. 
   -Primero responderé a la pregunta que no ha hecho pero que hará más adelante. Si no la hace, no importa, sabré que comprendió todo--. El colombiano fuma lento, como si tuviera la vida por delante, como si Ballack fuera un adolescente y él su mentor--. Leí sus libros a temprana edad: los crímenes de Golfo Pérsico de las legiones del desierto me marcaron para siempre. También indagué sus ficciones, sus novelas fallidas, los manuscritos que hay en la Internet que fueron rechazados por las editoriales pero que, por si no lo sabe, son textos ya de culto entre los admiradores de su obra--. El tipo se detiene otra vez, descabeza el cigarro y ve que tiene la atención de Ballack--. Y también, sin temor a equivocarme, sé que su verdadera racha de éxitos terminó porque usted perdió al amor de su vida. Nadie me lo contó en secreto. La última dedicatoria en su libro El astrolábio de un barco ciego, fue dirigida a Lady Franz, una mujer que nadie conoce, que nadie supo que era de su círculo íntimo, que nadie intuyo que fuera su amante. Después todos sus textos se quedaron sin musa. O, como preferiría llamarla yo: sin espía secreta. 



   II


   Kuwait, 9 de agoto de 1990. De un hércules amarillo y lleno de arena se baja un grupo de fotógrafos flacos, una docena de periodistas con maletas de cuero colgadas al hombro y un grupo de soldados los escolta hasta llegar al camión del ejército que los espera. Vienen a cubrir la operación Tormenta del Desierto que, por así decirlo, es una de las operaciones más largas de la historia: ha durado toda una guerra. La coalición de países occidentales que pelean para liberar estas tierras del pavoroso Iraq son asesinas como sus enemigos. Eso lo sabe solo uno de los periodistas, un hombre maduro, en el final de su juventud, lleno de vigor e inteligencia, sagaz y atrevido: es Joe Ballack, reconocido cronista de pico afilado y dardos a manos llenas, a nadie respeta y nada se guarda. Sus fuentes son desconocidas pero muchos lo sospechan: es una mujer, su amante secreta, la que provee el filo más contundente de sus comentarios dominicales en la prensa americana. Tal ves por eso los soldados lo miran con recelo y hasta uno saca un libro de su mochila y le pide que lo firme, aunque no sea de su autoría. 
   En el hotel mantienen bajo control a los comunicadores. La vigilancia está dentro del protocolo, pero cuando llega la noche el espíritu cambia. Sobretodo bajo la luna del medio oriente, que es la misma de occidente pero con otra cara, con más cicatrices, con el corte curvado que le ha entregado una vida entera marcada por la violencia de dioses y de hombres. Ballack tapa su rostro con una burca y se disfraza, sale del hotel como un turista y nadie le habla. Toma un taxi, pregunta cosas al chofer y paga cuando llega a su destino. Una posada de una sola estrella como la que acompaña la luna turca. Una pensión asquerosa donde el amor hace que se convierta en palacio. Su amante, Lady Franz, lo espera desnuda en la cama. Ballack entra y hacen el amor sin mediar palabra, no se ven desde que comenzó la guerra. Entre las sábanas docenas de secretos se los cuenta ella a cambio de orgasmos y versos de Lorca en el nido de su oreja. Los cuerpos tiemblan, la tierra bombardeada también y pronto temblará el mundo con las revelaciones de este periodista afortunado: consigue los mejores datos encamado, sudando de placer, llorando de dolor pélvico. 
   Tormenta del Desierto es una guerra justa e injusta. Muertos corren por los ríos de venganza,  entre los marcos políticos y el esperpento de los dioses de oriente medio. Una locura. Un manicomio. Ballack lo sabe y acude al inconsciente de los bandos, a su rostro oculto entre lo oscuro. Visita burdeles, morgues improvisadas donde se practican autopsias ilegales (la muerte es buen negocio siempre), y hace el amor a su espía favorita a cambio de información de primera. Escribe su libro entre arena, sangre y semen. No habla con sus compañeros de trabajo, todos lo hayan un borracho que destila olor de azufre. Lo que no saben es que ama el poker y siempre tiene una carta tapada. Tormenta de corazones, de balas, de lamentos. Entre las dunas y las ruinas de los pueblos del mundo se pelean la libertad (designada por el mal) y el favor de los justos (defendidos por su historia). El último día de su instancia en Kuwait, Ballack escucha a un anciano que le cuenta las profecias que ve en los atardeceres. Solo una frase queda resonando en su cabeza para siempre: nadie es dueño del tiempo, nadie reconoce su fortuna: el hombre, de arena y agua, pierde su alma buscando el río en el desierto. 




III


   Después de la conversación en la zona de fumadores, el colombiano se arrastra a Ballack a la calle. Andan la rua Siqueira Campos y pegan un taxi. El trayecto es largo y costoso, además de que el chofer no quiere ir hasta el destino de la casal de extranjeros. ¿Por que van al Complexo do Alemão?, les pregunta el motorista enrranchado cada vez más en su portugués callejero. Eso no es problema suyo, le responde el colombiano mirando la ciudad por la ventana. Joe Ballack es menos impulsivo, menos emocional, y comienza una conversación con el taxista alrededor de la historia de los bairros de la ciudad carioca. El tipo les cuenta que antiguamente, cuando Rio de Janeiro todavía era la capital del Brasil, los obreros moraban en el centro de la ciudad. Para él, que en su infancia recorrió las playas y la hermosura de la montaña Pan de Azúcar, fue una mierda cuando llegaron los reformadores, que lo único que hicieron fue desplazar a la clase obrera a las periferias y adueñarse del centro, obligando a que muchos invadieran terrenos y crearan la favelas y morros. Desterrados dentro de su propio lugar muchos engendraron los dolores de cabeza de los cariocas: traficantes, hambre e ignorancia. Los ricos brasileros siempre han querido esconder a sus pobres (en ese momento el colombiano mira al taxista y sonríe maliciosamente), y los pobres brasileros no están ofendidos con su pobreza: saben, en el fondo de sus necesidades, que el futuro traerá algo distinto, la riqueza tan prometida y anhelada por los que hacen progresar el país.
 
   -¿Y con qué va a cambiar todo, con el Mundial?--pregunta Joe Ballack con un dejo de ironía.
   -Puede ser--dice el taxista--. El problema es que el Mundial se lo quieren robar los políticos. No les basta con saquearnos a diario, no: quieren el pastel infinito, cara, las monedas, lo billetes, el baile y las mujeres. Nada les basta.
   -¿Y nadie protesta?--pregunta Ballack con alergia.
   -No--dice el taxista--. Acá solo aplauden.


   Dentro del Complexo do Alemão el colombiano se mueve como pez en el agua. Son trece favelas, pocas estaciones de policía, muchas patrullas de vigilantes corruptos y Bocas cada tres o cuatro calles. Acá manda el Comando Vermelho, un grupo de traficantes que ponen la regla, la bala y la palabra. Cruzan callejones estrechos, suben escaleras llenas de grafitti y en su camino pasan crianças corriendo en medio del juego (y del fuego que aun no suena), también pasan esporádicos drogadictos que ya están llevados o van a chaparse. Frente a una casa de fachada azul gastada, de portón oxidado y una ventana grande de madera, se para el tándem de extranjeros. Te vas a llevar una sorpresa, le dice el colombiano a Ballack, a quien la verdad nadie ni nada puede sorprenderlo a su edad. El portón se abre y el gringo reconoce lo que, desde hace muchísimo tiempo, creía perdido: Lady Franz. Sigue igual de rubia, con la piel gastada por el sol y la lluvia de una tierra donde vuela el salitre, pero igual de hermosa e impactante. Ballack y Franz se besan con la fuerza con que dos astros colapsan en el espacio. Ella sabe a banana y feijao, él a viento seco y encías con sangre. No importa. Luego entran a la casa estrecha y miserable, pero todo es una fachada; más al fondo hay un apartamento de lujos y calidad que está a la orden. Ballack no entiende nada y el llanto en sus ojos lo dice todo. O no dice nada, mejor, porque Lady Franz anda más fresca que una lechuga, relajada y sonriente. Todavía no es momento de preguntas.
   El colombiano se acomoda en un sofá largo de la sala. Lo siguen Lady Franz y Ballack cogidos de la mano como novios adolescentes. En cada roce vuelven a besarse y el pecho del gringo bombea sangre y tiembla. Por fin acompañan al colombiano alrededor de una mesa de centro que, extrañamente, está repleta de cuadernos. Ballack los reconoce de inmediato, son las diarios de su enamorada. Contienen tal vez la historia secreta más sangrienta de la década de los ochenta y los noventa. Ya sabe lo que se viene, Lady Franz le dirá que vuelvan al juego y que publique todo, se hagan millonarios y cumplan su sueño de vivir en una isla. Pero no, se equivoca el gringo con sus ínfulas de estrella de rock. Lo que le proponen es que mienta: una muerte falsa, un libro que contenga una explosión que nadie espera y la vida plena de la favela del Comando Vermelho. ¿Cómo?, dice Ballack todavía atorado de palabras. Sí, el sueño brasileño en su grandeza única: vivir en la playa, follar para reír, beber para bailar y olvidar para volver a empezar. Recuérdalo, dice Lady Franz: no podemos perder nuestra alma buscando el río en el desierto, cuando frente a nosotros siempre ha estado el mar.
   

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