domingo, 2 de septiembre de 2012

La República de Ripamar II

Por Chano Castaño 



 
I

   El cronista americano tiene la rutina de los soldados que viven acorralados entre catres de acero y carnes enlatadas. Antes de que salga el sol prepara un batido de frutas y sale a correr cuatro kilómetros. Regresa y prepara unos huevos con salchicha y café negro. Luego sale a las ruas para conseguir entrevistas, observar la realidad del infierno que el Cristo Redentor mira desde su montaña y almuerza donde la fome ataque. Durante varios días como un estóico ha resistido la dieta de frijoles, carne y batata frita. Cuando escribe lo hace como Hemingway, de pie, con la diferencia de que coloca el portátil en la cama de arriba del camarote y descansa sus codos en el borde del colchón. Teclea con velocidad, farfulla para sus adentro y aclara todo en el texto. En las noches mastica frutas secas y bebe un té de limón que lo deja con los ojos saltones y el pulso tembloroso. 
   Su primera crónica sobre los torcedores de Rio de Janeiro es un éxito en Estados Unidos. Todas las revistas se venden y se revenden. Su estilo es realista, ceñido a los hechos más triviales y trascendentales que zurce con adjetivos que perforan la mente del lector. Es una balacera literaria. Por un momento los editores de World, War and Web, creen que Joe Ballack regresó a sus grandes crónicas rojas de siempre, las mismas que lo hicieron famoso cuando relató los crímenes de las legiones del desierto en el Golfo Pérsico o cuando se infiltró entre las mafias sicilianas para relatar la forma en que vivían esos clanes entre mujeres, vinos y cocina mediterránea. Pero no todo es color de rosas. La segunda entrega es un fracaso, apenas le llega en calidad e información a los títulos de la primera entrega y deja mucho que desear. 
   El origen de tal pérdida de rumbo se debe a que Joe Ballack, con olfato de can para las conspiraciones en su contra, cree que lo van a matar. No confía en ninguno de los que están a su alrededor. Sobretodo no confía en el colombiano que duerme en el otro camarote y siempre lo mira de manera cortante. No se ha atrevido a preguntarle por qué tiene su nombre escrito en la agenda de apuntes en la que siempre está escribiendo cosas. Tampoco ha tenido oportunidad de ojearla a escondidas de su dueño. En el fondo cree que es una venganza. Es un periodista internacional que ha develado los nexos entre diferentes grupos de mafias en el mundo, muchos querrían cerrarle el pico de un solo balazo. Pero también ya es una leyenda, una amenaza que en pocos años andará de bastón, un viejo con ínfulas de aventurero que ha esquivado la muerte por pura suerte. Tal vez en esta ocasión, como lo presiente, los dados no estén de su parte. 



II


   Un baile funky en la Maré. Favela de reconocida violencia entre los combos de traficantes que se paran de segunda-feria a domingo en las Bocas, esperando al macoñero ocasional que llegue a descongestionar la semana con un bareto o al fumador de crack que ya no tiene alma. Joe Ballack, camuflado con una camiseta del Vasco de Gama y unas gafas negras, acompañado de Leonardo Silva  y una mujer afro de cuerpo delgado y bunda astral, camina entre la Maré con rumbo a un cumpleaños. Entre el comercio casual de bicicarros llenos de ropa china, accesorios para el hogar y cargadores para celular, corren las crianças gritando y persiguiendo a monstruos imaginarios; los viejos, con la piel curtida del sol, y los hombres y las mujeres que andan por ahí en chinelo y camiseta, beben cerveza en vasos pequeños y la botella permanece en el centro de la mesa, metida en un frasco de icopor que no la deja calentar. Entre todo el barullo y las fachadas de los edificios apretados de la favela, Joe Ballack percibe el movimiento de las drogas. Se mueven siempre en motos, el parrillero lleva un periódico doblado y adentro va la mercancia. Ya conocen a los clientes, casi todos son jóvenes, y cuando se arriman a la motocicleta, el piloto, por precaución, se lleva la mano al cinto para apretar su nueve milímetros. El dinero se cambia por el periódico y nada pasa, nada se fala, todo es normal. 
   Leonardo es un sociólogo brasileño que Joe conoció en Estados Unidos y que es su único contacto acá en Rio de Janeiro. En la casa de la prima de Leonardo, la que está de cumpleaños, Ballack conoce a otro primos de la familia: Suko, Juizinho y Andressa. Variopintos, ilegales, decididos. No son traficantes ni macoñeros pero saben como se mueve la favela. La carne se reparte a ritmo de samba y las bandejas pasan a ritmo desaforado. Engullen linguiça, frango, carne y pasan todo con cerveza helada y cigarrillos Free de filtro rojo. Joe percibe una decidida ideología brasileña que se desata de norte a sur: acá es bienvenido todo, lo bueno, lo malo, lo regular, lo que no se conoce, lo que llega sin saber de dónde. El brasileño abraza aunque desconfíe y cree tener siempre el sartén por el mango, por eso habla y habla y habla y arriesga en sus palabras, y al final retrocede hasta donde su hospitalidad se lo permite. Ballack no está cansado y cuenta historias de sus trabajos en otras ciudades del mundo, la gente lo escucha como si fuera un recetario de experiencias que curara la fatiga de esta selva de cemento, aunque en verdad, muy en el fondo, cada uno de esos jóvenes brasileños que lo rodea solo cree la mitad de sus narraciones. El resto les parece carreta de gringo bonachón, aventuras de Indiana Jones y con un perfil tan Hollywood que es imposible no ser suspicaz con ellas. No hay que olvidar que nunca sueltan el mango del sartén. 
   Una imagen de ensueño silencia a Ballack. Sobre los techos de tejas plateadas oxidadas, entre terraços de ladrillos descolchados y cemento mal fijado, cientos de cometas salen a volar y los niños gritan y silban porque la favela Maré se llena de figurines coloridos. Esos mismos niños las elevan, cada uno desde su casa o desde una ventana, y Ballack al tanteo cuenta unas ochenta hasta donde le dan los ojos. Es un espectáculo que lo deja anonadado. Mientras las cometan dan volteretas, retroceden, caen a pique y vuelven a tomar vuelo, también se oyen disparos al aire. Juizinho, el cara primo de Leonardo, le cuenta que no son tiros para matar a otros sino de celebración. Son signos que indican que el ambiente está tranquilo en la Maré. Muchos tiros son una guerra. Uno o dos en un atardecer soleado y lleno de cometas, son la paz. 




III


   El baile funky empieza después de las ocho de la noche. Mucha caipirinha, tequila amarillo barato, vodka rendido con sodas en vasos de plástico, personajes de diversa índole que no le dan desconfianza a Ballack aunque parezcan sacados de un video de Snoop Dog, y muchas mujeres tatuadas, con calaveras en los brazos, con tribales retorcidos en las piernas, con pájaros y delfines en los tobillos y en los hombros, con frases y nombres en las costas de la espalda; tatuajes de colores, en negro, caseros, profesionales, de estilos noventeros y hardcore. Ballack enseña el suyo de marinero americano, un águila en el brazo derecho con la bandera de los Estados Unidos en el pico, con los ojos negros llenos de furia y las grandes alas abiertas que vuelan hacia la libertad. Explica la historia cuantas veces se la piden. Sus pies ya están más perdidos después de hacer el cambio de la Antartica a la Ypióca y quiere bailar. 
   Una morena que tiene tatuado un Belcebú en el cuello lo lleva al centro de la pista. El gringo es el centro de atracción. Entre el pum, pi pum pi pú del funky carioca, mezclan a los clásicos del rock: los Rolling Stones, Nirvana, AC/DC y en la olla de beat y estruendos cabe hasta Queen. Princes of the Universe cantado por un negrinho y Joe Ballack se despliega junto a la morena como un carioca da gema, desliza la cadera de abajo hacia arriba y abraza por detrás a esa mujer que lo tiene loco. Es una interesada, él lo sabe, similar a las vagabundas de la Habana que te lo dan para que las saques de allí, o a las asiáticas cansadas del régimen que no deja abrir los ojos. Aunque esta diabla tiene algo distinto, un estallido contenido entre las piernas, un temblor que si explota te revienta hasta los huesos. 
   Se van para un hotel. Toda la noche se quieren besar y chupar. Ella para él es un sorbete de dólares, él para ella es un riesgo que vale la pena y el asco. Suben a un taxi en el borde de la favela Maré, en la paralela de la Avenida Brasil que a las tres de la mañana todavía es atravesada por las pequeñas vans que gritan en voz de megáfono: Bomsucceso, Castelo, Copacabana¡¡ El taxi va rápido y se pasa carros en la autopista principal de Rio. Ballack y la morena se besan y se tocan y él ya no aguanta mucho, tiene un abismo en el ombligo y un calambre entre las piernas. Entran por los lados del Sambódromo y cruzan otro morro que no lo parece tanto, y entonces la moto los cierra. Se baja un flaco de camiseta sisa y bermudas, de brazos torneados pero flaco, les apunta con una Uzi y cuando Ballack reacciona la morena también lo encañona. En el radio del taxi suena Seu Jorge: vejo tanta diferente esperando pra a festa començar...
   

   
   
 

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