martes, 11 de septiembre de 2012

Saudade

Por Chano Castaño


   Toda emoción humana, así como el pensamiento que atraviesa al expresarse (o el terremoto que acontece cuando explota), tiene una palabra que la designa. Palabras más, palabras menos, estamos rodeados de signos que pueden ser sugerentes al momento de contener un espíritu, por muy pequeño  que sea (porque eso que llaman el sentido, el significado, es una babilla de luz y energía), o por muy grande que se conciba desde su inicio. En mi corto camino de lector, he leído palabras estrafalarias, pasivas, bellas, horripilantes y mágicas. Una de ellas, que definiría como una playa desierta de arena gris en la que un caminante solitario se topa unas bragas que le recuerdan su mujer amada, es saudade. 
  La palabra del portugués que designa la añoranza, la melancolía del extrañar algo o a alguien, que aparece como es (saudade, saudade) en todas las novelas, poemas y cuentos en donde está escrita, es una de las mots en que los traductores ya tiraron la toalla. No tiene par en otro idioma, no existe una doble dimensión para ella, está abandonada en su calidad de signo único, de sonido irrepetible. La saudade, humana como toda palabra, no solo está en Brasil y en el portugués. Está primero que nada, en todos nosotros. Porque sin saberlo vivimos las palabras siempre aunque no las hayamos descubierto, sobretodo aquellas que tienen el poder de vislumbrar ante nuestros ojos las realidades más veladas. 
   

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