domingo, 15 de abril de 2012

Plática sobre idealismo y acción, por Alberto Fresán y Pedrito Riff



Por Chano Castaño

   Dos idealistas llenos de caminos por tomar. Serios, fulminantes, no dan tregua al azar ni al alquitrán de sus Marlboro Lights. Uno recibe al otro, siempre, en visitas dominicales. Hablan del mundo deshecho que habitan y del universo tejido entre sueños y miradas al infinito.

   -¿Viste el poema de Günter Grass?--dice Alberto Fresán. 
   -Sí--responde Pedrito, lanzando el humo del cigarro en la fría tarde de Bogotá--. Pero no me gustó ni mierda. Digo que no me gustó como poema, porque lo que dice es verdad. Esos hijueputas de Israel están locos, los de Irán están locos, y ni se diga los gringos de mierda.
   -Se nota que antes de venir a estas visitas--dice Alberto--te lees las columnas de Antonio Caballero
   -¿Qué? Si de ese huevón he leído solo Sin Remedio, y tampoco me gustó mucho. Tiene un sabor de comunista metiendo ácidos y perico que te satura. 
   -A mí me encantó esa novela, Pedrito. Debió ser que te la leíste muy pegado al techo. Pero te hablo es del poema de Grass, porque me parece que un tipo de esos se busca una bronca pendeja señalando cosas que ya todos saben.
   -Pero que nadie dice.
   -Sí, nadie dice esas cosas de frente. Pero tu eres colombiano, tu más que nadie sabe por qué la gente se calla para no tener problemas.
   -Yo soy colombiano--dice Pedrito algo ofendido--pero me importa un culo si tengo que morirme por expresar lo que pienso y siento.
   -No sea marica, Pedro, que eso dice relajado acá fumando cigarros en el sofá de mi apartamento. Pero si le metieran los milicos un palo por el culo para hacerlo hablar, o se lo llevara un grupo de guerrillos o Paras por sapo, por lambón, estoy seguro que se aprende a callar. Acá es así, y usted sabe que no sirve dárselas de súper héroe: al final estamos condenados, siempre. 
   -Usted es muy pesimista, Alberto--dice Pedrito apagando su pucho en un cenicero que dice México y trae un grabado de una iglesia--. Yo creo en la palabra, en la gente de palabras y en los que hacen ideas con esas palabras.
   -Usted cree en los habla mierda, que
   -Que a la final qué--interrumpe Pedrito a Alberto--. Si nadie hablara de las injusticias y porquerías de este mundo, si nadie le pusiera una contra a los poderosos y a los hijueputas cagadores que nos tienen en la mala, de seguro seríamos esclavos todavía, o peor aún: seríamos una colonia española.
   -Ahora somos una colonia gringa democrática. ¿No ve noticias?
   -Si veo noticias, Alberto, pero también leo blogs y libros y periódicos liberales.
   -Los periódicos son una farsa, un tema comercial, están alineados con la agenda de los gobiernos o de los opositores. A los únicos que hay que comerles algo de cuento es a los que están llenos de enemigos. Esos siempre tienen algo de razón.
   -Y por eso los quieren matar también--dice Pedrito con la mirada inquieta y tomándose la cabeza.
   -Pero tienen algo de razón. Yo no le creo nada a los analistas políticos, a los periodistas, a los estudiosos de temas profundos, como dicen ellos. Le creo más a este poeta de mierda alemán. Pero él también está seguro, esperaba que dijeran que es una antisemita y que no puede ir a Israel, pero, ¿quién quiere ir a ese cagadero?
   -Yo tengo una amiga que quiere ir a lo que usted llama un cagadero--dice Pedrito ladeando la cabeza y tomándose la nuca--. Ella dice que se va a buscar sus raíces, su historia. Después de un rato y de que vuelva, le podré opinar si es un paraíso o es un cagadero.
   -Es un cagadero lleno de hijueputas, como Colombia--dice Alberto Fresán--. Yo creo que el único país que no es un cagadero es Corea del Norte o esos países que no tienen ningún vínculo con toda esta farsa que llaman globalización o liberalismo o mercado libre. Los que están fuera de esa órbita son países que no se dejan cagar y por eso no son cagaderos.
   -Alberto, usted es un tipo que lee muchos libros pero no sabe nada de la vida.
   -Pedrito, usted es un huevón que se las dá de saber mucho de la vida pero no sabe que esto es el infierno.
   -El infierno son los otros--dice Pedrito citando a Sartre y sacando otro cigarrillo. 
   -El infierno es donde usted esté mal. Nosotros vivimos en un infierno. Somos colombianos que queremos cambiar nuestro país pero somos indiferentes. Nos vale huevo la política y la acción activista, nos limitamos a comentar y a criticar en ámbitos sociales los problemas de esta nación, y queremos irnos en la primera oportunidad a otro lugar a buscar mejores horizontes. Pedro, no se las venga a dar acá de liberador ni de idealista. Nosotros siempre pensamos lo que queremos pero hacemos lo contrario. 
   -Por pensar así es que estamos jodidos--dice Pedrito fumando--. Si usted en serio quisiera cambiar esta vaina, se quedaría y buscaría un trabajo donde pudiera ayudar a la gente a transformar su realidad.
   -"Su realidad", no sea pendejo, Pedro--dice Alberto rapándole el pucho a Pedrito--. La realidad es un inconveniente de cada uno porque cada uno tiene el poder de largarse a la mierda caminando o de irse a vivir a una montaña o de matar gente hasta que lo maten. La realidad es una masa que todos cogen para mentir a los otros, a la final un insumo, una materia prima, un elemento, un principio, en fin, tómelo como quiera, pero hablar de realidad en la era de la relatividad y la conciencia del absurdo no tiene sentido. Cada uno es una realidad. 
   -Alberto, usted no quiere ayudar a cambiar nada. Mejor deje de criticar y de joder a los demás, dedíquese a trabajar sus proyectos y sus pendejadas y deje a los que quieren ayudar tranquilos. Personas como usted son iguales a los hijueputas que joden a todo el mundo: ni rajan ni prestan el hacha.
   -Yo le presto el hacha al que quiera, Pedrito--dice Alberto devolviendo el cigarro--. Pero que no me jodan queriéndome vincular a cuanta porquería se les ocurre para cambiar el mundo.
   -El mundo hay que cambiarlo, Alberto, sino estamos jodidos. Sus hijos y nietos están jodidos.
   -No me crea tan marica, Pedrito, que yo me quiero hacer la vasectomía y cortar de raíz con esa idea de la familia. ¿Es que acaso no le basta con la gente que hay? Si le quiere dar amor a los niños métase de niñera o trabaje en un comedor comunitario; si quiere darle amor a los abuelos váyase a un ancianato que huela a formol y remedio todo el día; si quiere mujeres que se lo den por pesar o por amor o por lo que sea, trabaje ayudando a las putas, que cuando le cojan cariño se lo dan gratis. Pero no me crea tan huevón, Pedrito, no me diga que los hijos que no tengo y que los hijos de esos hijos están jodidos. Dígame que usted y yo estamos jodidos y le creo. 
   -A usted su presente lo tiene absorbido, Alberto. No es capaz de pensar más allá de los pasos que da en un día.
   -No me importa el futuro. Eso es trabajo de astrólogos e intelectuales. Que ellos escriban y nos mientan, prometiendo flores cuando vendrá la mierda, prometiendo paraísos donde solo cabe basura. 
   -Los intelectuales son necesarios, más en una era de la información donde hay tanta falsedad, simulacros y mentiras. Usted al negar todo y al ser un cítrico de mente, es un intelectual.
   -Solo falta que me diga antisemita o nazi, huevón--le dice Alberto a Pedrito algo ofuscado--. Yo no sé por qué me reuno con usted a hablar si ya sé que vamos para el mismo lado siempre: salvar el mundo con las ideas. Bah, pura basura artistoide. 
   -No se las tire de nihilista, Alberto--dice Pedro apagando el segundo pucho de la noche--. Hoy en día todos tenemos una palabra en la que creemos, una imagen que nos sube el ánimo y nos exalta, y algo que salvar. Así sea nuestra propia vida. Es lo mínimo. Usted hablando tanta cosa negra y tanta palabra dura, lo único que busca es salirse de esta caneca y salvarse. 
   -Bueno, Pedrito, como usted quiera. Si he de salvarme tirándome a una caneca, lo haré.
   -No sea huevón, Alberto. Lo que yo digo es que por más mala leche y come mierda que usted sea, por más discurso del No o discurso crítico que tenga, siempre va a querer salvarse porque es incapaz de pasar la línea que lo lleva en retrospectiva y lo conduce a darse palo usted mismo. Se le caen los huevos, Alberto, cuando su lengua le apunta a su corazón.


   Los dos hombres se ponen de pie. Uno acompaña al otro hasta su casa. De vuelta a la suya, Alberto cree que Pedrito siempre termina ganando y siente un vacío en el estómago. Es fascinante salvarse cada ocho días sacando lo malo que se nos vino en la semana. Lo malo, es que cada ves es más difícil huir de la semana y tener algo bueno o diferente que los salve. 


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