sábado, 14 de abril de 2012

Romeo y Buseta



Por Chano Castaño 

   Cuando subo a cualquier tipo de transporte público en la ciudad, sea un Traskilenio, una buseta de Cooperativa de Transportes Fontibronx, un colectivo currutaco y miserable o un taxi atravesado y zapatico, intento acomodarme de la mejor manera para leer. 
   Pero es un infortunio. 
   En el Traskilenio o los buses, busetas y colectivos, siempre toca ubicarse adelante, en las sillas donde solo caben cómodamente personas de baja o mediana estatura. En esas plazas el automotor, aunque sea víctima del acné de las calles bogotanas--producido por una infección de corrupción corrosiva--, no tiembla tanto y el libro que sostenemos en las manos puede leerse de manera apacible. De ahí para atrás todo es brincadera y erecciones. 
   Nadie niega que es más cómodo leer en el Traskilenio. Diga lo que se diga, el primer vagón de los articulados no tiene tanto Parkinson y mantiene el libro como si estuviéramos en una poltrona (sé que exagero, pero a comparación del resto es así). 
   Cuento con los ñocos de una mano mocha los taxis que llevan revistas--así como los que se pueden pagar con tarjeta de crédito o débito. No existe ninguno que lleve un libro, aunque fuera por excentricidad. Tal vez en ninguna parte del mundo exista un taxi con libros. Hay burros con libros, puteaderos con libros, políticos con libros, asesinos con libros, pero no taxis con libros. Sería una forma de innovación que podrían aplicar las famosas capitales mundiales del libro. 
   Así como hay personas que les parece sexy una muñeca de plástico que hable o un enano en forros de cuero negro, a mí me fascinan las lectoras del transporte público. Se me hace agua la boca por saber cuál es el título que leen, y al saberlo, empiezo a corromper mi mente buscando un posible carácter en relación a su lectura, una posible voz en relación a su postura, una posible reacción o fascinación en pos de su rictus. Lo malo es que acá en Bogotá, las lectoras del transporte público son escasas. Hay más en Buenos Aires, Madrid, Barcelona, pero no soñemos quienes estamos en la capital del ajiaco y El Campín. 
   Además, quisiera enviar un mensaje a todas esas ancianas madres que nos interrumpen la lectura de buseta acusando que nos vamos a dañar los ojos. Problema mio, vieja hijueputa. 

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