miércoles, 18 de abril de 2012

Tipear Teclear Plumear

Por Chano Castaño

Lo bueno de poder escribir en el computador es la sencillez de la corrección. No existen esas natas del borrador que estorban y enferman, ni los manchones de corrector que lucen como huecos de un circuito de rally, y por fin, ¡quedó en el pasado el asunto de las hojas perdidas! Que se pierda el tiempo enviando una carta electrónica, pero que no se pierda un pedazo de árbol en nombre de la corrección de estilo.
   Otra ventaja de escribir en el computador es que las teclas están fijas y te permiten ir creando rutas cortas para todo tipo de función que necesites. La vieja mecanografía se ha tenido que adaptar a los famosos “short cuts”, un tipo de órdenes que ahorran tiempo en la actividad que se realiza. Hasta la ortografía y la gramática han caído en el centro de lo debates que buscan generar preocupación, pánico y furia. Yo no creo que la influencia de los chats se muy fuerte en cuanto a la ortografía y la gramática. Que ocurrirán transformaciones leves, podría ser. Pero de ahí a que ciertos cánones estrictos que son indestructibles por ser el fundamento de una lengua pasen a un segundo plano por una influencia virtual, es un camino mucho más largo pero no imposible. Por ahora las teclas están fijas y queda mucho por escribir.
   Tengo un amigo que no puede crear literatura en el computador. Ni obras de teatro, ni cuentos, ni poemas. Es un tipo clásico, más bien un reformista anacrónico, siempre luce en la fotos con una pipa larga, y procura que esas fotos siempre sean en blanco y negro. Por ser como es no tiene que odiar escribir en laptop, pero en él es un problema de estímulos: la pluma lo llena, el teclado lo repele. Estas alergias son culpa del romanticismo, porque la tecnología tiene mucho atractivo y seducción, pero es poco romántica. Yo no regalo un disco duro o una aplicación para proponer matrimonio. Tal vez en unos años cambie el asunto y regalar espacio de almacenamiento sea como hoy dar un presente inolvidable. Por ahora todos parecen quedarse con las rosas de verdad. Por eso los mecanismos de escritura deberían importar menos que lo que se escribe, porque en un momento del tiempo todo serán teclas. Pegadas en las paredes, tejidas en nuestra ropa, relucientes en los coches, cristalinas en el baño, dinámicas en la calle.
   Yo también tengo momentos de bate decimonónico y enloquezco la lira y le doy un temple cuando atino la nota. Pasa rara vez. Pero en muchas ocasiones escribo con una pluma o con lo que caiga y sé que el ritmo se aploma diferente, que todo va más lento y da gracia escuchar el deletreo de una palabra en nuestra mente, conozco el párrafo largo escrito a mano que en la pantalla es un minúsculo, y he visto a muchos personajes dedicados a la escritura que apilan cuadernos viejos en los que están sus primeras letras. Si todo eso estuviera digitalizado podría perderse más fácil, se cargaría de un lado a otro sin problema, y alguien más podría leerlo en un blog, una página o un post. Todo tiene más de dos lados. La experiencia de escribir con pluma o con teclado no sólo es importante por lo que ofrece al escritor en su proceso de creación, sino por la manera en que cada una de esas formas funde una época. La escritura a mano es tan antigua como la civilización humana, y la escritura del teclado, que sobrevive gracias a que previamente existió una escritura con bolígrafos y plumas, es una manera nueva que seguramente formará otros escritores, dará otras posibilidades de composición y añadirá algún tinte emocionante y misterioso a la silenciosa profesión del narrador. Personalmente siento que mi corazón va más al ritmo del teclado. No lloro tanto cuando lo hago. Coger plumas y lapiceros me pone melancólico. Siento que firmar un recibo o una factura puede ser el comienzo de una gran tragedia, y me tiembla todo.
   

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