domingo, 22 de abril de 2012

Un comic para la literatura


Por Chano Castaño

   Hoy vino a la casa mi sobrino con su mamá--que no es mi hermana--y me contó que iba para la Feria del Libro. Le pregunté si gustaba de leer y me dijo que no, que él prefería jugar con su X-Box que leer la Divina Comedia, libro que tendría que comprar en esa feria en una edición especial que le habían pedido en el colegio, y que tendría que leer antes de que terminara el año. Mi sobrino tiene 12 años. 12 años en los cuales uno piensa más en patear balones, descifrar ese monstruo impresionante de la consola o hablar sobre trivialidades con los amigos de la cuadra o del salón. ¿A quién se le ocurre pensar que un niño de 12 años va a entender la magnitud de la Divina Comedia?, ¿A quién se le pasa por la cabeza que tales abismos, que tan profundas búsquedas literarias las vaya a comprender--o las quiera comprender--un niño que apenas está abriendo los ojos a la adolescencia? 
   Es el colmo que estos docentes no se den cuenta que son asesinos de lectores. Muchachos que ya no ven la literatura como un reposo del espíritu o un oasis de aventuras, sino como el centro de un aburrimiento aquietado y lleno de palabras desconocidas, aventuras espesas y enredos. Esa idea le queda a la mayoría de los que tuvieron que enfrentarse a un Quijote a los 14, a una Rayuela a los 13, a un William Faulkner a los 15. 
   Yo no niego que la literatura sea un aprendizaje que entrega muchas ideas y conocimientos en la edad juvenil de la vida. Pero pienso--como vienen diciendo muchos desde hace muchos años--que los programas de lectura en la mayoría de los colegios están atados a una tradición pedagógica que tiene tintes históricos, tradicionales y académicos. Leemos Siervo sin tierra a una edad en que ni siquiera nos explican bien los problemas de Colombia. Nos ponen al frente El otoño del patriarca, cuando apenas estamos vislumbrando lo que fue la historia de las dictaduras en el continente. Nos obligan a leer clásicos griegos que para muchos son aburridos, la prueba irrefutable de por qué no hay que acercarse a la literatura. Estos programas de lectura son diseñados por docentes que poco entienden--o se hacen los que no entienden, no lo sé--la realidad de esos jóvenes a los que enseñan y hablan sobre el mundo. Todos los que leemos con pasión y curiosidad, sabemos que los primeros libros que nos llamaron la atención estaban ligados a lo que vivimos en la infancia o la adolescencia. Recuerdo muy bien que a la edad de los 11, 12 años, seguía de cerca la seria de títulos llamada Escalofríos, escrita por R.L. Stine, un gringo bonachón al que yo imaginaba como líder de una secta, un asesino de gatos que escribía libros para atemorizar a medio mundo. También en ese tiempo leí muchos libros de Torre Amarilla y de Torre Azul, de los cuales recuerdo con cariño a Franz y a Soloman.  Un par de años después, sería El Atravesado de Andrés Caicedo y Pelea en el parque de Evelio Rosero Diago los libros que conmoverían mi alma violenta y altanera de la adolescencia. De ahí en adelante las historias fueron tornándose más complejas, pero el gusto por la lectura ya estaba ganado. 
   Me parece que también el problema se encuentra en esa transición de historias inocentes y predecibles, a grandes relatos que se abren por múltiples partes y muestran diferentes caras y matices del universo. En la primaria, los cuentos infantiles son básicos, cuentos que llenen de alegría a los niños pero que no los crean unos enanos sin cerebro. Al contrario, toda lectura que reta, que provoca, que identifica la vida del niño que lee con las aventuras de su protagonista, es una lectura fecunda que hace lectores. Cuando los niños ya están al borde del bachillerato, en quinto, en vez de entregarles libros más espesos que lucen interminables, habría que enseñarles la cultura del comic. Porque precisamente el comic tiene la fuerza gráfica que la literatura infantil no posee y trae consigo una gama extensa de personajes que pueden satisfacer al más variado público. Además, desde los comics se puede hablar de historia, de religión, de política, de geografía, de poesía, de filosofía. Las novelas gráficas y las tiras seriadas son grandes instrumentos a la hora de llevar al niño a la literatura madura. Son el espacio perfecto que hace la transición más fácil entre los libros livianos y las novelas densas. Así mismo, el comic enseña a relacionar las palabras con las imágenes, convirtiendo la mente en una máquina de recreación continua que ensueña con facilidad todo lo que se le narra. ¿Qué colegio enseña el comic como parte de su currículo de lectura? Ninguno. Todos lo ven como un simple brote más de la cultura pop, la cual no merece estar en la tradición de saberes que tienen muchos colegios en el planeta. 
   Hay que enseñar bien la lectura, no solo con libros clásicos y material profundo--que para muchos que apenas llegan al mundo, es incomprensible. Hay que llevar de la mano a esos nuevos lectores a todas las posibilidades que tiene la lectura, y mostrarles sin miedo un arte de la escritura, fecundo en posibilidades. No ha que permitir que la literatura pierda vigencia en la juventud por culpa de un puñado de profesores y de programas de lectura que están hechos con ideas de hace muchos años. Ojalá quienes lleguen a fundamentar de nuevo estos planes perciban que los niños son seres complejos que merecen acercarse también a la lectura de manera poco inocente y más sensitiva. Acercarlos mejor a su propio mundo a través de la literatura, y no obligarlos a salirse de ese mundo por culpa de una lectura laberíntica que solo deja tedio, malas notas y un repudio a muerte por los profesores de español y por los libros. 

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